La máxima prioridad de nuestra misión no son los proyectos. Es la gente. El centro de nuestro alcance es el misionero con un llamado de vida, que deja su hogar, familia y amigos para vivir en un país extranjero, aprender un idioma y una cultura, identificarse y amar a la gente, compartir las buenas nuevas de Jesús y ayudar a establecer una iglesia que perdurará. Incluso con todos los recursos tecnológicos, los ministerios y programas innovadores disponibles en la actualidad, el misionero divinamente llamado es y siempre será el corazón de nuestra misión.

Debido a que los siervos de Dios son personas, sus llamados son personales. Para algunos, el llamado es dramático e inolvidable. Para otros, es la comprensión cada vez mayor de que no tienen otra alternativa que pasar la vida llevando el evangelio a quienes necesitan oírlo.